¿Qué son las parábolas?
Las parábolas son relatos, historias escuetas, claras, sencillas, y su finalidad es transmitir una enseñanza del modo más comprensible y fácil de recordar.
En todas destaca la pequeñez de los comienzos; y el crecimiento progresivo de este Reino; su fuerza regeneradora para los llamados por Dios a la salvación, que alcanzarán si corresponden a esa vocación.
Jesús predica utilizando parábolas, es decir, ejemplos vivos, imágenes tomadas de la vida ordinaria, dándoles contenidos ricos y amplios. Después un año de recorrer los caminos de Palestina, predicando el Evangelio del Reino y confirmando su doctrina con innumerables milagros. Muchos creen, otros no. Jesús habla del Reino de Dios con tacto y utiliza parábolas en las que, sin ocultar que está diciendo cosas nuevas incita a los oyentes a interesarse y les advierte: "!quién tenga oídos para oír, que oiga". Entenderán los que tengan un corazón dispuesto a la conversión a Dios con el rechazo del pecado, también en sus formas más sutiles.
Los acontecimientos explican muy bien una parábola de Jesús sobre la verdadera oración, la actitud farisaica y la verdadera humildad. "Dijo también esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos teniéndose por justos y despreciaban a los demás: Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, quedándose de pie, oraba para sus adentros: Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana, pago el diezmo de todo lo que poseo. Pero el publicano, quedándose lejos, ni siquiera se atrevía a levantar sus ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios ten compasión de mí que soy un pecador. Os digo que éste bajó justificado a su casa, y aquél no. Porque todo el que se ensalza será humillado, y todo el que se humilla será ensalzado"
(Lc).
El orgullo del fariseo
La oración del fariseo es rechazada porque sus pensamientos son fruto del orgullo espiritual. Hace cosas difíciles y loables en sí mismas, pero con intención torcida. El fariseo se vanagloria de sus limosnas, de sus ayunos y se compara con el publicano, al que considera inferior, juzgándole. Busca el secreto orgullo de saberse perfecto. No le mueve el amor de Dios, y no es consciente de que, sin la ayuda del Señor, no puede nada. El orgullo ha tomado una apariencia espiritual que esconde un pecado de soberbia, difícil de curar, porque está llena de buenas obras no para la gloria divina. Usa a Dios para la propia gloria.
El perdón
El publicano, en cambio, dice la verdad de su propia indignidad, por eso pide perdón. No se compara con nadie, se sitúa en su sitio y Dios le mira con compasión. Le justifica. La suya es una oración humilde, y, por eso, es escuchada y arranca bendiciones del cielo.
Juicio recto
Jesús quiere que los suyos juzguen con rectitud y no se queden en las meras apariencias, sino que dejen el juicio íntimo para Dios, y ellos oren con humildad, incluso cuando las obras buenas les puedan llevar a un cierto engreimiento y vanidad.
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